A dos horas por una tortuosa carretera de esas en las que te pasas maldiciendo todo el camino, llegamos a Manú, parroquia abrigada por la montaña, situada entre el cielo y el infierno de aquellas cumbres casi deshabitadas en las que el páramo andino de pajonal brilla en su máximo esplendor, en un entorno exclusivo de éstos paraísos, paraíso para personas como yo y mis compañeros expedicionistas como Diego, Alberto y Andrea que nos enfrascamos en una aventura que recién acaba de comenzar y a la que nos dirigimos en un viaje introspectivo por el páramo y la llegada a la laguna encantada de Chinchilla, de la cuál siempre nos llevaremos un aprendizaje vital en nuestro corazón.
Llegamos a Manú, tierra bendecida por la mano de los antiguos dioses que mucho antes de la llegada del cristianismo llenaron estas latitudes de magia. A día de hoy y con muchos de aquellos aprendizajes mágicos-míticos ya extinguidos, gracias a la cultura occidental, impositiva, que se adentró para que nunca jamás volvieran a ver la luz. Lo que nos queda ya es poco pero por vueltas que da la vida aquella cultura occidental que arrasó con la sabiduría vuelve la cabeza hacia atrás en un intento de rescatar aquellos valores perdidos como un ahogado que intenta desesperadamente salir a la superficie para respirar aire de nuevo.
Nada más llegar contactamos con el presidente de la junta de Manú, don Iván para saber de primera mano las condiciones sobre las que se encuentra la llegada a la Laguna y poder formar una expedición con gente que conozca el terreno, importantísimo en este caso por la peligrosidad del mismo en el que nos vamos a adentrar, se nos suman Yorge y Macgiber, nombre que viene por tener siempre la solución ante posibles problemas que nos podamos enfrentar, así nuestra expedición está ya completa.
Salimos de Manú habiendo preparado una bolsa con útiles que podamos necesitar como agua, panela (siempre es importante llevar consigo algo de dulce que podamos ir comiendo y así poder aprovechar la glucosa), aguardiente para calentarnos en momentos de frío y de mal de altura que nos pueda dar y cigarrillos eso ya como vicio personal y sin demorarnos nos ponemos en camino. Hasta llegar al páramo tardamos una hora de buena conducción, alimentando nuestra vista con los hermosos paisajes que ofrece la cadena montañosa.
Llegamos al páramo, nos proponemos a desviarnos del camino principal al camino sin camino, casi intuyendo por dónde tenemos ir y esquivando piedras que muchas de ellas aguardando, detrás del pajonal, cualquier desgracia y desviarnos de nuestro objetivo. Por suerte llegamos hasta un punto en el que ya no podemos avanzar más en auto. ¡Ahora empieza lo bueno!.
Nos bajamos del carro y ya notamos la primera sensación del páramo, su eterna calma y paz por algunos moméntos interrumpida con algún comentario de Alberto o alguna explicación de Diego. Hace un buen día, entre sol y nubes, entre chompas e impermeables empezamos a caminar, según las informaciones nos esperan por delante dos horas de caminata para llegar a la celosa laguna en uno de los pocos lugares del mundo dónde el dinero es mero papel y prima la capacidad de superación.
Como el poeta Antonio Machado “caminante no hay camino, sólo se hace camino al andar” nos proponemos a seguir adelante cogiendo referencias visuales que nos puedan ayudar a llegar y retornar, aún así es tierra donde desarrollar nuestras otras capacidades que tenemos más ocultas dentro de nuestro ser como el de la intuición y el desenvolvimiento en la naturaleza. Seguimos el curso de una quebrada hasta que decidimos cambiar el rumbo. Diego, Alberto y yo nos desviamos de nuestros guías pensando que detrás de esa cima se mostrará con toda su fastuosa belleza el lugar dónde moran los espíritus y los conocimientos perdidos de nuestros antepasados.
De repente dijo Diego: ¡No hay tiempo para celebrar muchachos! Hay que apresurarnos e ir a la Laguna antes que nos alcance la niebla. Presos del medio natural hace acelerar la bajada hasta llegar. La cadena montañosa hace de tope y mantiene por ahora la niebla fuera pero poco a poco se va adentrando por el vertiente de las montañas.
Ya estamos, llegamos, cumplimos nuestro objeto del viaje, ya podemos palpar, sentir, e intuir ese inmenso charco sagrado de agua en medio del semi desértico y lleno de vida páramo.
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